Prueba de Autor

El festín constituye la materialización de ensayo y error dentro de la carrera de la artista. Es el resultado de una prueba de autor traducida en tres versiones diferentes y, por consiguientes, ricas e interesantes en sus particularidades. Velvet comenzó su primer festín en 2011 y ha logrado experimentar tres dinámicas diferentes de un mismo concepto y experiencia simbólico-sensorial. 

El primer festín consistió en el autoservicio del público participante. La artista concibió y preparó un buffet tipo banquete que, en su esencia, era una instalación comestible, la cual se iba modificando a medida que el público interactuaba con la misma. En este primer ensayo, la artista no interactuó ni con la obra ni con el público. Ella jugó el rol de hilvanar todo el posible proceso operacional y observó lo que el público iba dejando tras su contacto con la pieza. El giro estético y conceptual de la obra radica en los utensilios que le ofrece al participante para el autoservicio de la comida. Velvet perforó los cubiertos y los inhabilitó de su función primaria. Propuso, entonces, un festín en el que el público interactuó con la propia discapacidad de poderse servir y los llevó a experimentar formas de comunicación entre ellos de manera radical.

La cruda empatía estuvo en la prueba de generar relaciones humanas más allá de los roles sociales; en poner sobre la mesa del festín el distanciamiento, la incomunicación y la manifiesta diferenciación de estratos sociales que domina la contemporaneidad y subvertirlos ante la necesidad de comunicación y alimentación como polos básicos del devenir de la sociedad. Un festín que rompe con los márgenes y los códigos sociales, notablemente visible en el contexto arubiano –como en otras regiones del Caribe– en términos de cultura y servicio turísticos, donde estamos forzados a brindar una sonrisa y una empatía, muchas veces cruda y falsa, para estar en sintonía con los beneficios que se le ofrecen al turista una vez que paga para disfrutar de ese rol de “ser servido”, y no ya del “autoservicio”.  

El segundo festín consistió en una experiencia en la que Velvet se involucró de manera más directa con el público y la obra. Fue parte activa de los comensales de la instalación culinaria y se volcó a la generación de una empatía bilateral con el otro que comía a su alrededor. En este ensayo, ella experimentó desde su individualidad la propia discapacidad del autoservicio y la necesidad de comunicación con el otro. Desplegó formas sociales empáticas para confrontar al público ante una carencia elemental como la dificultad ante la alimentación colectiva.

El tercer festín supuso una concepción más profunda de este work in progress basado en la prueba y el error, en la experimentación y la participación. Velvet no solo interactuó con el público y con la obra, sino que en este ensayo jugó el rol de sujeto que sirve la comida. Propuso un menú de siete fases compuesto, entre otros elementos, de un té amargo de hierbas del patio para comenzar, sopa de piedra con algas marinas como segundo plato, y así sucesivamente hasta conformar, en colaboración con otros artistas, una singular carta culinaria a la que los participantes tenían acceso libremente. 

Concibió un discurso culinario a través de acciones performáticas y experienciales que buscaban generar esa cruda empatía a través del efecto de la comida. Puso a “dialogar” en una misma mesa roles que, en su estado natural, no establecen sinergia alguna. Velvet propuso una aproximación al estado empático de los sujetos a través de la comida como recurso vinculante y elemental del ser humano.